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Vlieland es una pequeña isla, perteneciente a las frisias holandesas, de apenas 12 Km de largo por 2 de ancho. En semejante paraíso natural no se permite el acceso de coches, aunque sí que lo pueden usar los poco más de mil habitantes de su único pueblo, Oost-Vlieland.
De todas maneras no os preocupéis porque apenas lo usan y todo el mundo va en bicicleta. Os podemos asegurar que lo único que oiréis será el ruido de los radios de las bicis, los pájaros y el mar.
A pesar de su reducido tamaño, hay muchas actividades a realizar, como por ejemplo los safaris para avistar ballenas y sobre todo focas, muy comunes en estos lares. Hay un museo local llamado Tromp's Huys dónde podréis conocer la historia marítima de la isla, un faro ubicado en una impresionante duna de 40 metros o la espectacular excursión en camión todo terreno por el Sahara del norte.
Cómo llegar a la isla de Vlieland
Vlieland es la isla más alejada de Holanda, y para llegar a ella hay que hacerlo en los ferries de la compañia Rederij Doeksen. Estos barcos con gran capacidad de pasajeros tienen frecuencias desde primera hora de la mañana y el último ferry parte desde Vlieland alrededor de las 18h, con lo cual conviene madrugar si sólo vais a estar un día.
El trayecto dura aproximadamente hora y media pero pasa volando tanto si vas fuera, admirando el paisaje del mar de Wadden como si vas dentro, instalado cómodamente en sus sillones y sofás. Hay mucha gente jugando a cartas, juegos de mesas, cenando o tomando algo. Los que queráis aprovechar el tiempo podéis usar vuestros portátiles o smartphones con acceso gratuito a wifi y enchufes para recargar baterías.
En el link anterior podéis consultar precios y horarios para planificar bien vuestra visita a Vlieland.
Ruta por Vlieland
Tras salir del barco, como siempre, os recomendamos visitar la oficina de turismo de Vlieland, para haceros una idea de las actividades a realizar en la isla y para conseguir un mapa, aunque pocos problemas de orientación tendréis aquí.
Como os comentábamos al principio, la mejor manera de recorrer la isla es la bicicleta, ya que su tamaño es asequible hasta para gente no acostumbrada a las dos ruedas como nosotros y porque prácticamente no circula ningún coche.
Nosotros tuvimos la suerte de alquilarlas en Frisia Fietsenverhuur. El personal es atento y te asesora para que puedas circular en la bicicleta que mejor se adapte a tus necesidades. Tienen de todo, en especial para llevar a los niños, sillitas de viaje, tándems, carros, remolques, bicicletas eléctricas, etc.
Nosotros nos dejamos aconsejar y cogimos un tándem para mis hijos y yo. Isa se apañó mejor con una bicicleta para ella sola.
Así empieza nuestra aventura en Vlieland, en las adoquinadas y animadas calles de Oost-Vlieland empezamos a pedalear para salir rápidamente del pueblo y transitar por una carretera que discurre junto al mar de Wadden y sin coches a la vista.
Por el camino te vas cruzando con familias enteras de ciclistas. Realmente es una forma de vida, niños, padres y abuelos pedalean juntos por un paisaje precioso, con ovejas y caballos comiendo junto al mar. Al otro lado la lavanda de mar inundaba los márgenes de la carretera, mientras nos dirigíamos hacia el restaurante de Posthuys.
Como todo es tan pequeño está perfectamente señalizado y en el suelo se pueden ver las marcas de los kilómetros que llevas. Hasta el restaurante sólo hay 8 Km, que se hacen en un tiempo muy corto, aunque si vas parando y haciendo fotos, al final es una hora, pero por un camino prácticamente llano, como sucede en toda Holanda.
El restaurante está muy bien, es un grupo de casas, típicas de la isla, con un bonito parque infantil y con los dos camiones todo terreno aparcados.
Es hora de descansar para afrontar la mayor aventura del día.
El Vliehors Express
A partir de Posthuys lo que queda de la isla son playas desiertas, un auténtico paraíso virgen y de una belleza singular. La mitad occidental de la isla es terreno militar y sólo se permite el acceso a estos camiones todo terreno.
Los dos camiones van abiertos para poder admirar el paisaje, circulan por la orilla del mar e incluso casi dentro del agua, mientras un agradable anciano toca canciones populares holandesas.
El trayecto es corto, apenas quince minutos, y sólo al principio vemos algún privilegiado que disfruta de la soledad en estas playas salvajes y paradisíacas. Es lo que se conoce como el Sahara del Norte, y el nombre le viene como anillo al dedo, porque salvo la orilla del mar, sólo se divisa arena blanca.
Nuestra primera parada es Dneuleehuisje, una cabaña erigida sobre pilares que se erige en medio de la nada, rodeada de arena blanca y con el mar al fondo. La cabaña está pensada como refugio para posibles subidas súbitas de las mareas. A su alrededor han habilitado como una entrada rodeada de estacas, boyas, flotadores y otros artilugios náuticos. Parece una cabaña de un náufrago.
En el interior sus propietarios guardan una curiosa colección de objetos encontrados en el mar, que va desde cosas tan variopintas como cámaras de fotos, chupetes, dentaduras postizas, munición, boyas o varias cartas en botellas.
Las fotos son memorables aunque dudo que puedan captar la sensación de irrealidad que evoca este lugar.
El todoterreno continúa su trayecto cinco minutos más hasta la punta más occidental de la isla, un paraje dónde mar del Norte y mar de Wadden se unen y desde dónde se tiene una visión privilegiada de la isla de Texel y de su faro.
Por si fueran pocos alicientes, te dejan prismáticos para que veas como las focas van sacando la cabeza del mar. No es que estuviese lleno, pero pudimos ver a dos.
En total fue aproximadamente una hora y media de una inolvidable jornada. Si queréis consultar precios o información, esta es su página web, aunque sólo está en holandés.
De vuelta al faro y Oost-Vlieland
Nuestra última visita fue la más rápida de todas ya que debíamos volver con el último ferry de las 18:30. El faro de Vlieland está a la entrada del pueblo y se halla en la cima de una duna de 40 metros, conocida como Vuurboetsduin. Ya habían cerrado, así que sólo pudimos admirar su potente estampa roja.
Tras dejar las bicis, pudimos curiosear por los puestos y tiendas en la calle que habían en el pueblo. Un ambiente muy animado y festivo amenizado por conciertos en directo con la música más cañera. Otra cosa que me encantó de la isla y de Holanda en general, ¡les encanta el rock!
Y así acaba otro día inolvidable en la isla de Vlieland, viendo pastar a los caballos frisios junto al mar, a las ovejas dejar la hierba como si del césped de una mansión se tratase y a la gente disfrutar de la música en directo y del shopping callejero.
Hola, estoy aprendiendo cosas sobre los blogs y buscando he encontrado el vuestro . Me parece muy bonito y vale la pena conocer blogs como este que te hacen vivir la aventura sin estar.
Hola Mariona
Muchísimas gracias por tus palabras. Seguro que te quedan muchas aventuras por vivir!!!
Sergio