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El Eiger (Ogro en alemán) no es la montaña más alta de los Alpes, ni siquiera llega a los 4.000 metros de altura, pero el ascenso a su cima ha sido una de las aventuras más dramáticas y épicas del siglo XX. Aún día el ascenso por su cara norte, es muy peligrosa y es sumamente respetada por los temerarios que osan escalarla.
La historia de esta legendaria cima de 3.970 metros sobre el nivel del mar empezó en agosto de 1858 cuando se coronó por primera vez la cima por su cara oeste, desde entonces y debido a la fiebre sobretodo de turistas ingleses por los Alpes, se fueron consiguiendo otros hitos, pero no sería hasta bien entrado el siglo XX que se consiguió por primera vez.
¿Quién es el Eiger? El Eiger está en la parte noreste de los Alpes Berneses en la región Jungfrau-Aletsch-Bietschhorn, Patrimonio de la Humanidad desde el año 2001. Esta región se caracteriza por sus cimas por encima de los 4.000 metros como la Jungfrau 4.158 metros o el Finsteraarhorn con sus 4.270 metros en medio de clásicos paisajes alpinos, dónde nada construido por el hombre puede rivalizar con la sobrecogedora belleza de la naturaleza. El Eiger es una mole granítica de más de 1.500 metros de pendiente vertical. Es conocida como la Nordwand (cara norte en alemán) o por Eigernordwand (pared norte del Eiger). También se le conoce como Mordwand (pared asesina) en un claro juego de palabras con Nordwand teniendo entre sus víctimas al menos a 66 personas desde el año 1935. Actualmente y con los avances técnicos en escalada de los últimos tiempos, el mayor peligro se centra en los continuos desprendimientos de rocas, con lo que muchos escaladores optan por intentar la ascensión en invierno cuando la pared está endurecida por el hielo y por tanto no hay desprendimientos.
La primera gran visión del Eiger la tenemos desde la estación Kleine Scheidegg en la línea de la Jungfraujoch. En esta zona de inmensa belleza y de hoteles exclusivos se puede observar con telescopios a los escaladores intentar escalar la famosa cara norte de la mole. La línea de tren continua hasta la estación de Jungfraujoch a 3.454 metros sobre el nivel del mar (la más alta de Europa) pero antes un túnel pasa por las entrañas del Eiger, desembocando en una parada intermedia: la estación Eigernordwand a 2.866 metros de altura. La primera sensación al salir de los vagones es de intenso frío aún en verano, mientras nos dirigimos a los inmensos ventanales que hay para admirar la impresionante caida vertical de la norte del Eiger. Además en esta estación hay una apertura desde la cual se han llevado a cabo rescate de escaladores sorprendidos por las condiciones adversas de esta legendaria cima.
El inicio de una obsesión: El turismo tal y como lo conocemos hoy día nació en Suiza debido a la fiebre que hubo en el Reino Unido en el siglo XIX al descubrir los maravillos paisajes alpinos. En poco tiempo fueron construyéndose lujosos hoteles para acoger a sus distinguidos y ricos clientes. Y comenzó la fiebre por escalar todas las cimas de los Alpes suizos. Al Eiger le llegó el turno el 11 de agosto de 1858 y el primero en coronar su cima por la vertiente oeste fue un irlandés, Charles Barrington acompañado por dos guías locales. Hasta bien entrado el siglo XX se fueron consiguiendo otros hitos relacionados con el Eiger, pero la cara norte seguía inalcanzable para la humanidad.
El primer drama: Una vez superados la mayoría de los retos que ofrecía el Eiger quedaba enfrentarse al temido ascenso por su pared vertical en la cara norte. Todo empezó con la apertura de la ruta Lauper en 1932. Y a partir de aquí se iniciaron las hostilidades para ver quién era el primero en coronar el Eiger por su vertiente más peligrosa.
El primer intento lo acometen en 1934 Willy Beck y los hermano Kurt y Georg Löwinger que llegarán a los 2.900 metros antes de tener que volver por la apertura de la estación Eigernordwand.
En plena época de fanfarria nazi, el régimen se quiere atribuir los éxitos de los escaladores alemanes para poder así proclamar la supremacía de la raza aria y ya en 1935 dos jóvenes bávaros: Karl Mehringer y Max Sedlmeyer se lanzaron a la conquista de la norte. Tuvieron que esperar varios días para ascenser debido a unas condiciones meteorológicas especialmente adversas. Cuando el tiempo mejoró empezaron a escalar. El primer día alcanzaron sin mayores complicaciones los 2.900 metros a la altura de la estación de tren dónde durmieron la primera noche.
Los siguientes dos días se caracterizaron porque apenas pudieron ganar unos metros de altura. La noche del tercer día empezó la leyenda negra del Eiger, ya que estalló una tormenta de nieve. Los escaladores comenzaron a tener síntomas de congelación y empezó una lucha contrarreloj por su propia supervivencia. En los pocos momentos que el tiempo aclaraba, los curiosos y los medios de comunicación podían ver en directo y cómodamente desde Kleine Scheidegg mediante telescopios los heroicos movimientos de los alpinistas. El tiempo tardó unos días en mejorar. Para entonces ya no se podía hacer nada por los dos jovenes alemanes que fueron encontrados muertos a 3.300 metros de altura en lo que se llamó el vivac de la muerte.
La muerte de los escaladores alemanes en 1935 suscitó aún más si cabe la atención del mundo en esta montaña suiza y en este contexto al año siguiente el 18 de julio los alemanes Tony Kurz y Andy Hinterstoisser de Berchstesgaden y los austriacos Angerer y Rainer iniciaría su tentativa por escalar la pared asesina, pero esto será en la segunda parte.
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