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El Bettmerhorn es un pico situado en los Alpes del Valais famoso por acoger la estación superior del teleférico que parte de Bettmeralp y desde la cual hay unas vistas grandiosas del glaciar Aletsch. Su gran encanto reside en que es el mejor lugar para apreciar la gran curva del glaciar que llega de las cercanas cumbres del los Alpes de Berna. La espectacular terraza panorámica con vistas a los cuatro miles de los Alpes y un pequeño museo sobre el glaciar hacen del Bettmerhorn una visita imprescindible.
La primera vez que visitamos el Valais subimos al Bettmerhorn para admirar el glaciar más largo de Europa (24 Km). Al igual que el Cervino es tal su belleza que en nuestra segunda visita a los Alpes suizos no pudimos resistirnos a contemplar y quedarnos extasiados otra vez con la perfección de la curva del glaciar.
Como en todo el Aletscharena, el acceso al glaciar empieza en el valle y en este caso desde el gran aparcamiento que hay en Betten (826 m.) Desde aquí se sube en teleférico a Bettmeralp (1.950 m.), un encantador y adorable resort de alta montaña libre de tráfico y salpicado de verdes prados y preciosos chalets de montaña.
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Cabe decir que también se puede llegar desde Riederalp andando en media hora de precioso paseo (que es lo que hicimos nosotros) o en el Aletsch Express, un pequeño bus eléctrico que te lleva de un resort a otro. De todas maneras para llegar a Riederalp también hay que subir en teleférico, en este caso desde Mörel.
Para llegar al teleférico de Bettmerhorn hay que cruzar toda Bettmeralp en un paseo aproximadamente de 20 minutos. Lo que podría parecer un engorro se convierte en algo fantástico ya que Bettmeralp es sin duda la joya de los pueblecitos del glaciar.
A los pocos minutos de marcha os quedaréis pasmados con la imagen de la capilla de Santa María de las Nieves, su blanca silueta enclavada en un pequeño montículo verde y con las montañas nevadas bajo un cielo azul como telón de fondo, es una de las imágenes de postal de Suiza. Es de aquellos sitios que cuando vuelves a casa ocupan un lugar privilegiado en vuestra memoria. Y si no juzgad vosotros mismos...
La pequeña caminata discurre entre bellos chalets, llenos de flores y pequeñas tiendas de recuerdo ante las que es fácil pararse y chafardear un poco. Los precios de Suiza son caros, pero en verano se pueden encontrar ofertas e incluso algunas gangas en la ropa de ski y montaña, ya que lo que quedan son restos a la espera que traigan la ropa de la nueva temporada de invierno.
Por fin llegamos a la estación de teleférico y aquí me separe de Isa y los peques, y es que ya habíamos subido al Eggishorn y a Moosfluh, por tanto estaban saciados de glaciar Aletsch. También estuvimos hace cinco años, así que no les supo mal quedarse abajo esperándome, por eso y por el divertido parque de inflables que hay junto al teleférico. Parque que es absolutamente gratuito. Así que Isa se quedó triste tomándose una coca-cola mientras disfrutaba de la soleada tarde alpina y los niños se quedaron apenados en las colchonetas.
El trayecto dura muy poco, apenas 7 minutos, pero tampoco tendrás tiempo para aburrirte ya que desde sus ventanas podrás admirar unas vistas que quitan el hipo, con Bettmeralp y su lago como protagonistas principales. Casi sabe mal que dure tampoco el viaje, aunque arriba sabes que te espera algo mejor.
Cuando se sale del teleférico por el túnel del restaurante lo hacemos por una pasarela de madera apta para carritos y sillas de ruedas. Unos paneles azules explicativos son la antesala del grandioso panorama que la naturaleza nos reserva. Mientras nos dirigimos hacia ellos divisamos parte de la curva del glaciar, montañas nevadas y las rocas que vamos dejando a nuestra derecha.
Al llegar pasé de largo los paneles explicativos y me dirigí hacia las grandes rocas planas que se convierten en el camino y en la espectacular excursión que lleva al Eggishorn, otro de los puntos de avistamiento del Aletschgletscher.
Allí pude sentarme, en total solitud, sólo interrumpida por algún silencioso y fatigado montañero, pude extasiarme ante el paisaje que discurría ante mis ojos, un paisaje viviente y en constante movimiento, y es que la lengua de hielo se mueve a razón de unos 80-90 metros al año en esta zona y a unos 200 metros anuales en la zona de Konkordiaplatz.
Me costó levantarme y dar la espalda a este magnífico paisaje, me recreé haciendo zooms de la lengua glaciar y de admirar sus grietas como si de una gran sierra se tratase, pero abajo me esperaba mi tropa y aunque sabía que no me estarían echando mucho de menos, tenía ganas de verlos y jugar con ellos.
Al volver mis pasos hacia el restaurante también pude admirar su magnífica construcción que se asemeja a un platillo volante o alguna nave de la Guerra de las Galaxias y eso que dejé la terraza del bar para el final.
Antes entré en el pequeño pero agradable museo dedicado al glaciar: el Eiswelt Bettmerhorn (el mundo de hielo en el Bettmerhorn). Se trata de un recorrido visual de apenas 10 minutos por la vida en las aldeas cercanas al glaciar. Diversas escenas cotidianas nos ayudan a entender las dificultades de vivir en un hábitat como éste en el siglo XIX y también la llegada de los primeros turistas.
Por último y antes de bajar salí a la soberbia terraza del Bettmerhorn, un lugar con vistas grandilocuentes sobre las cimas más famosas de los Alpes, entre las que destaca la piramidal silueta del Matterhorn. Tomarse algo aquí ante estas vistas es casi imprescindible, pero no en esta ocasión ya que abajo me esperaban, aunque anoté mentalmente para la próxima ocasión disfrutar de un amanecer en el glaciar Aletsch.
Una vez abajo, me lo pasé en grande jugando en las colchonetas con los niños, mientras Isa leía tranquilamente, en esos momentos de paz total que a veces te regalan las vacaciones (los que viajan con niños ya saben a lo que nos referimos...) pero el día había sido largo y decidimos marcharnos, aunque antes volvimos a visitar el lago Bettmersee, mientras el sol desaparecía bajo las grandes cimas alpinas.
Y de camino al teleférico para volver al valle, otra vez una sesión de fotos en la fascinante Santa María de las Nieves. Por más que la veas nunca te cansarás de ella.
Fue el colofón a un día inolvidable, el clásico día soleado, claro y puro de montaña, un día en que es imposible no emocionarse ante tanta belleza y que es por estos lares andan sobrados de ella.
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cuanto se tarda en ir y volver al glaciar gracias jorge