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Si hay una ciudad que permite destinarle un solo fin de semana, esa es Roma. La combinación de vuelos hace posible que viajes el viernes y regreses el domingo por la tarde. Eso es lo que hicimos.
¿Tienes ganas de desconectar de la rutina diaria? Roma te espera.
Aterrizamos en el aeropuerto de Roma–Ciampino situado a unos 15 km de la ciudad y de allí un taxi, previamente contratado a través del alojamiento, nos trasladó al Trastevere, barrio que escogimos para pernoctar esas dos noches. Prueba a encontrar el tuyo con los amigos de Oh-Rome
Una vez instalados, y para aprovechar ya la primera noche, decidimos quedarnos en este barrio, ahora considerado uno de los más populares de la ciudad. Su ambiente “genuinamente romano”, lo han convertido en unos de los rincones fetiche para los turistas. Podrás disfrutar de una agradable velada, y degustar algún plato típico en una de las muchas trattorias que inundan sus callejuelas, olvidadas por las remodelaciones urbanísticas que ha sufrido la ciudad.
Acabamos la noche sentados en la Piazza Santa Maria, charlando y contemplando un concierto improvisado de un grupo de jóvenes estudiantes.
Como solo íbamos a estar un fin de semana, el objetivo era aprovechar al máximo el tiempo disponible, así que nos dispusimos a ver algunos de los imprescindibles de Roma, muestras arquitectónicas de la fascinante historia que ha protagonizado la capital.
Habíamos decidido iniciar nuestro recorrido por el Coliseo, al revés de lo que mencionan las guías, ¿los motivos de ir a contracorriente? Muy simples…estábamos alojados en el Trastevere y teníamos que economizar esfuerzos.
El Coliseo, monumento más popular de la capital, abre a las 9 de la mañana, así que allí estábamos… a primerísima hora después de haber desayunado y dispuestos a hacer la cola reglamentaria para poder entrar. Si vas temprano, te evitarás la multitud de gente que se concentra en horas más avanzadas del día. No obstante, por mucha gente que haya, no puedes dejar Roma sin dejarte llevar por la imaginación y trasladarte al año 80 d. C cuando fue inaugurado, visualizando en tu cabeza cómo debía ser de espectacular cubierto de mármol blanco, con sus gradas de travertino, las estatuas dedicadas a los dioses y los estandartes ondeando al viento. El anfiteatro, aunque ha sido objeto de saqueos durante siglos, mantiene aún toda su majestuosidad, es uno de los mejor conservados de la antigüedad romana y puede evocar ese retroceso a la capital del mundo antiguo en su pleno apogeo.
Una vez acabada la visita al anfiteatro empezamos nuestro paseo, a través de la Vía Sacra y a continuación por la Via del Fori Imperiale, por el Foro Romano. Centro financiero en la época republicana y emblema de la opulencia imperial. Nos tomamos nuestro tiempo, sin prisas, fuimos dejando a izquierda y derecha los vestigios de una gran época: el templo de Venus y Roma, el Foro de Trajano y su columna de 40 m. de altura, los arcos de Tito, Constantino y Septimio Severo o los templos de Cástor y Pólux… entre otros. Es una maravilla caminar por su suelo adoquinado, eso sí, no olvides llevar un buen calzado y sobre todo que no sea nuevo. ¡No hagas como yo, que tuve que improvisar la compra de unas chanclas para evitar las rozaduras de los zapatos.
A esta altura del recorrido, eran ya casi las dos del mediodía, así que nos dispusimos a disfrutar de un tentempié en uno de los cafés de la Piazza de la Rotonda y aprovechamos para descansar un rato antes de continuar con la siguiente visita: El Panteón.
El Panteón o “templo de todos los dioses”, escondía tras sus imponentes puertas de bronce algo curioso de ver: su cúpula de 43,3 metros de altura y otros tantos, exactos de diámetro, coronada por un “oculus” o apertura que permite la entrada de la luz natural dentro del templo. De la luz, y del agua cuando llueve, que es recogida a través de 22 agujeros situados estratégicamente en el suelo.
Nuestra siguiente parada, la Piazza Navona. Considerada una de las más bonitas de Roma y en la que podréis deleitaros con tres de las más bellas fuentes de la ciudad: la de Neptuno, la de los Cuatros Ríos, situada en el centro de la plaza, y la del Moro. El lugar es fácil imaginárselo acogiendo las antiguas carreras de cuadrigas. La plaza nos pareció tan evocadora, por su ambiente y por los artistas callejeros que suelen instalarse en ella, que decidimos que ese sería el lugar escogido para cenar. Y… ¡no nos equivocamos! Al anochecer, se convierte en un enclave ideal para degustar las recetas más sabrosas de la cocina italiana. Eso sí, no te quedes en la misma plaza, piérdete por las callejuelas próximas, los precios varían un poco.
Una vez dejamos atrás la Piazza Navona, nos dirigimos a la Fontana di Trevi, la fuente barroca más famosa de Roma, adosada en la parte trasera de un palacio y presidida por el dios Océano y dos tritones. Era la segunda vez que la veía, pero volví a tener la misma sensación que tuve a mis 14 años de edad, ¡se equivocaron de medidas al hacer la fuente! ¡La plaza se queda pequeña! En mi primer viaje tiré dos monedas, una para volver a Roma y la segunda, según dicen, para encontrar el amor. He vuelto a la ciudad y lo encontré. Así que en esta ocasión solo tiré una: para volver de nuevo.
El itinerario continuó hacia la Piazza di Spagna, famosa por la escalinata que la une a la iglesia Trinità dei Monti y punto de encuentro para los jóvenes romanos. A estas alturas del día, ya estábamos muy cansados, así que decidimos detenernos para tomar un cappuccino y disfrutar del momento. Aún nos quedaba un rato para caminar…
Con fuerzas renovadas, avistamos la Piazza del Popolo, considerada la puerta de Roma porque de ella parten las tres calles principales o denominado” tridente”: Corso, Ripetta y Babuino. Para mi gusto, un poco decepcionante debido sobre todo a su amplitud.
En Piazza del Popolo estuvimos poco tiempo, la tarde ya estaba avanzada y aún nos quedaba un buen trecho para nuestra última visita: El Castillo de Sant’Angelo.
El Castello, como lo llaman los romanos, es una fortaleza que se construyó para asegurar la huida del Papa. Su azotea, coronada por un ángel de bronce que conmemora el final de la peste que azotó la ciudad en el año 590. A día de hoy, su terraza alberga un mirador excepcional y desde allí se puede captar una vista espectacular de la antigua ciudad romana. Nosotros no llegamos a subir a ella, pero como veis, aunque parezca mentira, en un solo día da tiempo de ver algunos de “los imprescindibles” de Roma.
El domingo, antes de volver, lo aprovechamos para dar una paseo por la vía del Corso…ya que no podíamos dejar la ciudad sin ver algunas de sus tiendas de moda. ¡Nada que envidiar a Barcelona!
Por último agredecer a mis suegros, a www.bancodeimagenes.com y www.turismo.it la cesión de estas fotos ya que las nuestras se perdieron hace tiempo. Por aquél entonces no teníamos cámara digital.
Menudo articulazo. Esas fotos que hace Canon son realmente extraordinarias!!! Jejeje…
Un abrazote!!!
anda! estamos graciosetes… :D pues ni canon ni nikon, porque las hizo mi mujer en un fin de semana con sus compis de trabajo!!! :D