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Cuando planificamos nuestra escapada a Cerdeña, teníamos claro que uno de los lugares que visitaríamos sería Castelsardo, pequeño pueblo pesquero del norte de la isla. Y todo, gracias a nuestro buen amigo Miquel que siempre nos ha dicho que se hubiera quedado a vivir allí. Nos gusta mucho el lugar dónde residimos, pero al igual que a él, no nos importaría pasar una temporada allí.
Castelsardo enamora nada más llegar por la carretera S200 que recorre las principales localidades del norte. Tras una sucesión de curvas aparece encaramada en lo alto de un cerro. Deslumbran sus fachadas de colores y el azul del mar mediterráneo, que a luz del atardecer alcanza un brillo y color fascinante. Delante, y antes de llegar al propio Castelsardo, se encuentra su puerto que aunque sigue viviendo de la pesca hoy es más deportivo y turístico. Los barcos y yates anclados junto a una torre de defensa aragonesa completan una estampa del pueblo memorable.
Una vez dentro del pueblo hay que diferenciar dos partes, la parte baja es la más moderna y sin ningún atractivo, aunque no desentona ni afea el conjunto. Para disfrutar de la verdadera Castelsardo deberemos ascender hacia su centro histórico y dejarnos llevar por sus estrechas callejas disfrutando de pequeños comercios de cestería tradicional o planificando una velada romántica en alguno de los pequeños restaurantes que hay.
La estrella de esta zona es la Catedral de San Antonio Abate, del siglo XVI, de orígenes románicos, una de las más bonitas que hemos visto sobre todo debido a su situación frente al mar. Es un lugar dónde no te resultará difícil olvidarte de todos y dónde lo único que se escucha es el mar, el silbido del viento y las gaviotas que reinan el lugar.
Nosotros accedimos a ella bordeando el pueblo, subiendo, siempre de la manera más cercana al mar posible. Esto nos llevó a entrar en el centro histórico a través de un delicioso paseo y siempre rodeados del verde del prado y del azul del mar. De esta manera, nos acabamos encontrando con el monumento dulcemente iluminado por los colores del atardecer.
Más arriba se encuentra el castillo, desde el cual se contempla una magnífica panorámica del Golfo de Asinara (Golfo dell'Asinara) y del perfil de la vecina isla de Córcega.
Como os comentábamos, decidimos cenar en un restaurante que disponía de una estrecha terraza situada junto a la muralla, con el espacio justo para mesas de dos comensales y que ofrecía mucho encanto, intimidad, una oferta gastronómica deliciosa y unas vistas del mar a la luz de las velas que nos dejaron un recuerdo imborrable. Eso sí, no parábamos de reírnos pensando dónde hubiéramos colocado la trona de Jan y la silla de Martina si nos hubieran acompañado como hacen el 99% de las veces.
Castelsardo, si puede presumir de algo, precisamente es de estar rodeada de playas muy bonitas como Cala Ostina o Lu Bagnu situadas a tres kilómetros del pueblo y que disponen de todos los servicios de las clásicas playas del mediterráneo.
Por último, recomendaros que no podéis marcharos de este encantador rincón sin dejar de visitar la roccia dell' Elefante (roca del elefante) una asombrosa formación rocosa que el viento ha ido esculpiendo a lo largo de los siglos hasta dejarla a semejanza de un pequeño elefante. Su forma es tan parecida que cuesta creer que no haya intervenido la mano del hombre para convertirla en un reclamo turístico, aunque no está de más decir que a Castelsardo no le hacen falta más atracciones turísticas.
Para acceder a la curiosa roca sólo tenéis que salir de Castelsardo dirección Santa Teresa de Gallura y tomar la S134 hacia Sedini. En apenas 3 km y junto a la carretera podréis admirar el famoso elefante. Frente a ella, encontraréis un parking de tierra dónde poder estacionar el vehículo y de esta manera bajar y tomar unas cuantas instantáneas.
Castelsardo ha quedado ya grabado en nuestras retinas como uno de los pueblos más bonitos de Italia, y en próximas escapadas a Sardegna, seguro que lo volveremos a visitar, al menos durante un par de horas, para contemplar de nueva sus magníficas vistas.
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