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El Valais tiene dos caras, la grandilocuente, lujosa, glamurosa y espectacular de los grandes resorts alpinos como Zermatt y Saas Fee y la desconocida, tradicional y anclada en el pasado de algunos lugares como el Valle de Hérens o el Lötschental.
Afortunadamente para el visitante, ambas son complementarias y dignas de ver, porque en el primer caso, estos resorts se rodean de paisajes soberbios y montañas míticas como el Matterhorn. Pero a veces queremos huir de la presencia del turismo y deleitarnos con la belleza de lo simple y lo tradicional. El Valle de Hérens es el destino ideal si buscas esta segunda opción, tan válida como la primera. Prepárate para descubrir las raíces del Valais.
Geográficamente, el valle de Hérens, limita al norte con el gran valle del Ródano y Sion, al sur con las montañas del Valais que forman la frontera natural con Italia, al este con el entrañable valle de Anniviers y al oeste con Verbier y el valle de Bagnes. Está ubicado en lo que se conoce como el Bajo Valais y como habréis deducido por su nombre, es de habla francesa.
Incluye cinco regiones: Evolène de altas montañas y cabañas tradicionales de madera oscura, Hérémence, un pueblo anclado en el pasado con fantásticas vistas de las pirámides de Euseigne y la presa de la Grande Dixence, la región de Nax, conocido como el balcón del cielo, con sus impresionantes vistas del valle del Ródano y los cuatro miles del Valais, San Martín y la región de Thyon, con soberbias vistas sobre los Alpes.
Podéis encontrar más información en la página oficial de este magnífico valle
Cómo llegar al Valle de Hérens
Desde la carretera principal del valle del Ródano (A9) hay que tomar la salida 27 (Sion Est) para enfilar, a través de unas endiabladas curvas, el valle de Hérens. Este tramo de carretera ya es muy espectacular por la propia idiosincrasia de la carretera y por cómo se eleva vertiginosamente por las altas viñas del Ródano.
Pasado Vex, la vía se bifurca a este y oeste. Si tomamos la segunda opción llegaremos a la cabecera del valle dónde se ubica la imponente y magnífica presa de la Grande-Dixence.
Aunque podéis encontrar más información de la presa en el anterior enlace, sólo os diremos que esta presa es de gravedad, que significa que el propio peso del muro puede contener el agua. Es la más grande en su categoría y los 285 m de su muro de contención te hacen sentir como una hormiguita ante los pies de un gigante.
Si desde abajo es impresionante, subid arriba andando o con un teleférico que salva el importante desnivel y pasead por la cresta del muro, a 2.365 m, podréis admirar las aguas del lago Dix rodeado de un marco de montañas nevadas inolvidable.
Pero volviendo a la carretera principal, y al este de la presa, nos encontraremos con una de las curiosidades naturales del valle d'Hérens: las pirámides de Euseigne. Estas curiosas formaciones rocosas son unos conglomerados morrénicos que han estado a salvo de la erosión gracias a la protección de las rocas que tienen encima. El paisaje de las pirámides de Euseigne parece más sacado de la genialidad de Gaudí o de la fantasía y locura del gran Dalí que de la propia madre naturaleza.
Encontrarlas es muy fácil porque la carretera las cruza a través de un pequeño túnel. Si aparcamos antes o después de este túnel se puede recorrer un corto sendero pero con una bajada muy pronunciada que nos permitirá verlas desde la propia base y admirar como estas magníficas chimeneas oníricas se elevan hacia el cielo.
En esta zona hay grandes y preciosas panorámicas del valle, pero la autenticidad de éste se palpa sobre todo al llegar a Evolène (1.371 m.)
El principal pueblo del valle no pasa por ser un resort o un pueblo muy turístico a pesar de su evidente belleza. La calle principal tiene alguna tienda o algún horno de pan. Pero las calles adyacentes son una sucesión de viejos chalets de madera ennegrecida y piedra cuyo olor impregna todo el ambiente.
Custodiando Evolène, se alza majestuosa la Dent Blanche (4.357 m.) la cuál va apareciendo y despareciendo entre sus callejones que suben y bajan hacia la calle principal.
En un espacio apenas sin coches los niños jugaban y corrían a su antojo mientras nosotros podíamos admirar los viejos raccards y las casas del pueblo que alternaban piedra y madera, pero siempre respetando la arquitectura tradicional del valle.
Decenas de detalles captaban nuestra atención: viejos instrumentos, escobas, pequeños huertos y cientos de plantas y flores en los balcones de los chalets. Un pueblo alejado de los grandes circuitos turísticos, dónde se respira calma y tranquilidad y dónde la vida transcurre sin prisas, cómo ha de ser.
En ese estado de ensoñación y paz interior seguimos nuestro camino hacia el sur del valle, hacia Les Haudères (1.436 m.) un pueblecito aún más pequeño que Evolène y dónde pudimos pasear por su calles sin cruzarnos con apenas nadie en pleno mes de agosto y viendo como alguna familia construía o reformaba su propio chalet: abuelas, padres, y hermanos, todos juntos trabajando codo a codo en plena comunión con la naturaleza y el entorno que les rodeaba.
El día había pasado rápido y tuvimos que volver, aunque nos quedamos con las ganas de continuar hasta Arolla (2.006 m.) en la cabecera del valle y base para muchos excursionistas y alpinistas. Desde aquí y deshaciendo el camino hacia el Ródano se puede contemplar un magnífico atardecer con la silueta de la Dent Blanche emergiendo majestuosa.
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