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Saint Malo no estaba entre nuestras visitas ideales cuando hicimos la ruta por la Bretaña. Supongo que el hecho que saliera como imprescindible en todas las guías turísticas nos echaba para atrás. Sólo pensábamos en los muchos turistas que habría, caravanas para entrar a la ciudad y en definitiva masificación, algo que no casaba para nada con nuestra idea de la Bretaña salvaje, solitaria y agreste. Y aunque si que es cierto que hay bastante gente, nos dimos cuenta que eso es por algo: por la belleza de sus edificios, el romanticismo de sus murallas o por su sensacional playa que baila al son de las mareas.
La primera visión de Saint Malo la tuvimos desde Dinard, una pequeña ciudad balnearia que se asienta justo enfrente de la ciudad corsaria. Dinard tiene una playa preciosa desde la cual se obtienen sensacionales visitas. Es un lujo poder bañarse en sus frías aguas mientras contemplas la señorial Saint Malo. Allí ya supe que Saint Malo tenía una fama bien justificada y que merecía una visita.
Pero la fama tiene un precio y ese fue media hora para entrar en la ciudad y poder aparcar en un parking, así conscientes de las riadas de gente nos fuimos a descubrir Saint Malo.
La ciudad es famosa por su pasado corsario dónde los mejores del ramo se pasearon por aquí: Duguay o Surcouf son hijos predilectos de la ciudad, que vivió su época dorada en los siglos XVI y XVIII. Otros personajes ilustres fueron Jacques Cartier que utilizó por primera vez Canadá, para denominar al país norteamericano o Louis Antoine de Boungainville, el famoso explorador francés que descubrió en 1764 las paradisíacas islas Malvinas, que él denominó en un primer momento Malouines.
De hecho los habitantes de Saint Malo siempre se han caracterizado por su fuerte carácter independiente, y no se consideraban ni franceses ni tan siquiera bretones, ¡sino malvinos!
Saint Malo en la II Guerra Mundial
Saint Malo, es una ciudad totalmente reconstruida. Los bombardeos del año 44 por la aviación aliada la arrasaron. Aquí se atrincheró una compañía de apenas 100 alemanes que mantuvo en jaque a las divisiones americanas. Para vencer su resistencia, se utilizó por primera vez un arma mortífera y asesina que se haría famosa en los poblados y arrozales de Vietnam, el Napalm.
Para los interesados en la II Guerra Mundial se puede visitar su memorial que narra las vivencias de la batalla de Saint Malo. Se trata de un pequeño museo con armas y material utilizado en la contienda.
La playa de Saint Malo
Pero si pasear por las callejuelas empedradas de Saint Malo es un placer, es inevitable dirigirse hacia el mar, el medio de vida por excelencia de sus habitantes y que ha dado fama mundial a la ciudad.
Su paseo de ronda es soberbio, con unas murallas recias y colosales, dignas del famoso Vauban. Entre torre y bastión los ojos se van hacia las playas que hay bajo las murallas de la ciudad. Pasear por la tarde con el sol iluminando su arena y murallas es encantador. En los días más calurosos la gente se atreve a bañarse y contemplar el vaivén de las mareas.
A Martina también se le iban los ojitos hacia el mar y la playa así que bajamos abajo para que jugase con la arena y buscase conchas.
Al cabo de un rato me escabullí y me dirigí hacia el fuerte del Petit Bé que sólo es accesible con marea baja.
Desde allí las vistas de Saint Malo eran inolvidables, un auténtico paraíso para el fotógrafo y un lugar poco concurrido, ideal para contemplar la majestuosidad de la ciudad y del mar bretón.
Otro de los monumentos históricos a visitar es el Fort National desde el cual también se puede apreciar una espectacular panorámica de la ciudad, de las murallas y de sus playas.
Las ciudades con muralla al mar tienen un encanto especial al anochecer. La oscuridad se adueña del ambiente y tan sólo tenues luces iluminan vagamente el camino de ronda.
Es romántico y evocador pasear a esas horas contemplando cómo la hora azul invade el mar y contemplando como la luz se apaga en el horizonte. Martina ya se ha dormido.
Nuestra pequeña espartana es nuestra felicidad pero también agradecemos esos momentos íntimos en los que poder hablar tranquilamente mientras las fachadas de Saint Malo adquieren más majestuosidad, si cabe, al caer la noche.
Saint Malo nos enamoró y siempre la guardaremos en nuestra memoria, como nuestro amigo Robin Ju que creemos sintió algo parecido cuando visitó esta preciosa ciudad.
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